Elmina Paz expresó una existencia llena de sentido, comprometiéndose siempre con las necesidades de los demás. Esta nueva congregación religiosa comenzó a recibir solicitudes de apertura de Asilos y Colegios en otras ciudades del país, Monteros (Tucumán) en 1895, Santiago del Estero en 1898; Buenos Aires en 1902; San Miguel de Tucumán, 1902; Santa Fe en 1908, Rosario en 1909, para solucionar los problemas vitales de los sectores más vulnerables de la sociedad y abrir ecuelas. Desde sus orígenes la Congregación asumió el carisma dominicano, realizando un proyecto de búsqueda de la verdad y vivencia de la compasión, asumiendo compromisos en distintos lugares de predicación. Cuando Elmina murió en Tucumán el 2 de noviembre de 1911, fue reconocida como una santa por entregar su vida para salvar a muchos.
El Diario El Orden de Tucumán hacía memoria de ella:
“María Dominga (Elmina Paz) fue para Tucumán algo más que una tradición, fue una benefactora, fue una madre común de los desgraciados, fue la glorificación de la virtud. Su desaparición es una pérdida irreparable. Su Nombre va unido al bien, y al pronunciarlo con gratitud los labios expresan la veneración de una Santa. Fue, efectivamente, una santa, esta mujer, soberana de almas, que llevaba encendido su corazón por el fuego de la caridad. Su muerte deja un hondo vacío en nuestra sociedad. El nombre de esta anciana, que se ha extinguido con la serena apoteosis de un ocaso, va unido a las obras meritorias más importantes que cuenta Tucumán, dedica su vida y su fortuna al apostolado de la caridad”.
El dominico Fr. Jacinto Carrasco afirmaba que el gesto de Elmina en los tiempos del cólera, hizo presente a Jesucristo en Tucumán:
“Y Jesucristo se hizo presente en Tucumán, durante el cólera del 1886- 1887. Por eso su obra es lo único que ha quedado. Lo único que ha quedado en pie, visible, presente, efectiva- como en el primer día- es la obra de Jesucristo, la obra de la Madre Elmina, el factor espiritual, que solo Jesucristo puede aportar”
Elmina Paz es un ejemplo autoridad femenina, que no solo fue reconocida al interior del claustro, sino que se irradió hacia el entorno social en el que vivió.
“Por su nombre vivirá. En Tucumán como en Santiago, como en Santa Fe, como en Buenos Aires y en todos los puntos donde ha ido a ejercitarse el apostolado y el celo que ella encendió, quedan monumentos de piedad social que resisten al olvido. Pero la permanencia y la prolongación de su obra, no atenúa el pesar de su desaparición. Los justos tienen su misión en vida y ninguna más alta que la de la vigilancia amorosa y constante sobre los destinos de su pueblo. La madre Elmina la llenaba bien: desde el retiro de su asilo tenía una gravitación propia y obraba con sustancial acción de presencia en la moderación social, reflejando el tono y la tensión corrientes vitales. En el alto sitial de su piedad esclarecida, la amplitud de su espíritu cubría a los sufrimientos que le buscaban con la calma que bajaba de sus fervorosos labios como una bendición”
Fray Angel María Boisdron, en las exequias de Elmina manifestó la impronta de su nombre en el pueblo de Tucumán, en la vida de Napoleón su esposo y en la de su congregación:
“el pueblo le conservó el nombre tan simpático y significativo de Madre Elmina…representaba ella lo que hay de más elevado en nuestras creencias, de más benéfico en nuestra religión: fue ella una pura personificación de la piedad y la caridad (…) Fue unida por enlace matrimonial a un hombre, cuyo carácter varonil y firme, apto para dirigir los acontecimientos políticos y dominar la causa pública, formaba contraste con la índole mística, suave y generosa de Elmina: era la mujer de ideales, pensamientos y obras, la esposa que vive para el consuelo y la gloria del esposo, el ángel que en el corazón de él conserva y aviva siempre sentimientos de la fe y le merece la envidiable muerte de los justos. Su nombre es la expresión popular de la piedad y la caridad. No hay obra de beneficencia en que no tenga parte; pocos son los institutos humanitarios en que no haya prestado sus servicios, como presidenta o con otro oficio por ella preferido por ser el más humilde”.
El nombre de Madre Elmina, con el que quedó grabada en la memoria de su pueblo, condensa su vida y su experiencia espiritual, madre de todos, madre de los pobres. Ernesto Padilla la despedía así:
“Cabe despedirla con el nombre cariñoso que se le dio en vida. Todo Tucumán la llamaba así, reconociéndole la plenitud del don sagrado que se entrega sin ahorros al cuidado de otros seres y que en ella alcanzó a la suprema inmolación, al absoluto desprendimiento, para llegar hasta la multitud de los humildes con el ansia de la consagración espiritual y con la eficacia del cristiano apostolado. Cabe despedirla con esa filial expresión, porque encierra el concepto integral de su existencia que ha finalizado en una luminosa culminación de virtud, noblemente inspirada, intensamente sentida y fecundamente realizada. Así la llamaran siempre los que ella recogió en esa hora trágica de la historia local, (…) del mismo modo la nombrarán las dignas hijas que, en su misma casa, participaron de su espíritu y confundieron sus votos, solidarizándose con su ejemplo (…) y ese llamado familiar, será el íntimo y reconocido tributo con que el recuerdo la salude y la tradición la consagre en esta tierra tucumana” el Asilo del Santo Nombre de Jesús
En las palabras de despedida de la Madre Elmina, el día de su fallecimiento, Boisdron la describía de esta manera:
“Pero lo que la palabra humana no puede expresar adecuadamente, y lo comprenderán todos los corazones generosos, es el afecto, el cariño con que recibe acoge y trata a estas desgraciadas criaturas. Durante veinticinco años será la madre tierna de ellas. Se las traen, unas con toda la gracia de la niñez, angelitos que, por su aspecto, roban el corazón, los mira, se sonríe, goza, otras con todos los estigmas de la miseria y la enfermedad. Ella las toma en sus brazos, palpa las manitos, las caritas, los cuerpecitos, la aprieta sobre su pecho y las ama. ¡Espectáculo conmovedor que cien veces hemos presenciado!”
Los periódicos de la época se hacen eco del gesto de Elmina, así lo expresaba el diario La Nación:
“La señora Paz de Gallo dio en esa ocasión, una nota muy alta de caridad bien encaminada. Viuda de un hombre político de mucha acción local, disfrutando de una halagadora posición y con las comodidades que permitía una gran fortuna, formó el proyecto de crear un asilo e inmediatamente lo realizó, llevando a su misma casa a los necesitados y entregándose a su cuidado, no obstante que sus años reclamaban ya una vida tranquila”
El mayor testimonio que Elmina era una mujer habitada por Jesús durante su vida cotidiana lo encontramos en el amor a sus hermanos y hermanas, muchos fueron los que comprobaron su afabilidad y caridad:
“Su afabilidad hacía fácil y ameno el trato con ella; pero un recato sobrenatural, que envolvía toda su persona, imponía respeto y atajaba toda palabra que pudiera lastimar la caridad u otra virtud. Después de hablar con ella, uno se sentía mejor: lo hemos probado más de una vez”
Esta fama de santidad de la Madre Elmina se transmitió en las distintas generaciones de los habitantes del pueblo que la vio nacer, podemos comprobar esto en el testimonio de Ernesto Padilla quien nos evoca el recuerdo que su corazón guardó desde pequeño:
“Aprendí a admirarla en el elogio con que la mencionaba mi madre que, de menor edad, la conoció y trató. A mi vez, fui testigo de su heroica determinación y he seguido los pasos que ha marcado su vida de renunciamiento y de cristiana consagración. Y cuidé de llevar hasta ella a mi hijo para que contara la dicha de conocer a una santa”
Los restos de Elmina Paz descansan en la Capilla del Dulce Nombre de Jesús en San Miguel de Tucumán.